jueves, 17 de diciembre de 2015

Heidegger y Pavese

Francesco Clemente - The ship of time (2006)

  Debería uno agradecer que algunas personas se hayan tomado la molestia y hayan tenido el amor de pensar para nosotros o hacer poesía.

  No sé si pensar y hacer poesía sean la misma cosa, aún no he llegado a esa conclusión y realmente poco importa a los efectos de lo que me interesa exponer. Cuando hablo de esas personas que han hecho el trabajo arduo para nosotros y además lo han hecho con pasión, hablo de poetas y filósofos. Algunos. En este caso estoy pensando en Pavese y en Heidegger. Aclaro que no hay ninguna conexión objetiva entre los dos y si la hay no la conozco porque no la he estudiado, pero sí puedo hablar de una conexión subjetiva, una que mueve los cimientos de Cinzia.

  Siento fascinación por los dos procesos creativos, es decir el filosofar y el poetizar. Son procesos que se entremezclan y a la vez son distintos en su origen, objetivo y vivencia. El poeta, en este caso Pavese, me habló acerca de vidas, que construyen recuerdos, que construyen esperanzas, que construyen destinos. He imaginado a Pavese escribiendo esas cosas enormes y lo imagino en su escritorio de Turín recibiendo una iluminación. Eso pasa a los poetas, reciben ideas ya hechas o de sus cerebros o de algún númen y simplemente las vierten. Cuando soy poeta no pregunto nada, sólo contesto. Luego está Heidegger y los cuadernos negros, ese es un tema que me ha interesado mucho en los últimos meses, dado que al parecer en los cuadernos Heidegger dice cosas abominables acerca de temas muy espinosos. También me imaginé a Heidegger en su escritorio, pero en una actitud completamente distinta a la de Pavese, tal vez menos apesumbrado, tal vez más frío. Eso es hacer filosofía, preguntarse cosas a sí mismos y esperar a que el cerebro elabore las respuestas.

  De la frase de Pavese un mundo entero de tratados filosóficos podrían salir, miles de libros que Pavese nunca escribió. De los cuadernos de Heidegger explicaciones que el mundo quizás aún no pueda o no quiera comprender. Pero, como decía al principio, yo respeto y agradezco estas cosas que nos expanden y cuando me toca leer a estos hombres lo hago como quien se sienta a escuchar a los sabios. Yo no juzgo, voy libre, porque los respeto y sé que tienen mucho más que ofrecerme de lo que quizás yo nunca pueda recibir. Voy tranquila, como quien no ve, pero probablemente verá, como quien no conoce el camino pero probablemente lo conocerá.

  A veces veo, a veces conozco. Veo a Pavese, veo a Heidegger y veo a Cinzia, veo belleza. Somos mucho más grandes de lo que imaginamos, de los límites que nos imponemos y estos poetas y filósofos nos permiten vislumbrar esa grandeza, nos dan las herramientas, nos aplanan el camino, la navegación. A nosotros la decisión del movimiento al que nos invitan. Yo siempre la acepto. 

viernes, 11 de diciembre de 2015

Los monstruos no pactan


Muchos venezolanos decidieron pactar con los monstruos, adaptarse a los monstruos, seguir las normas de los monstruos. En su viveza corta han optado por oscilar entre hacerse los que no saben y aprovechar de lo que pueden. Yo les diré aquí algo de lo que me di cuenta hace mucho. Con los monstruos no se pacta, pero no por cuestiones morales, sino porque los monstruos no pactan con uno, no pactan con nadie. Yo sé que duele, yo sé también que es horrible, yo sé que pareciera preferible cerrar los ojos y continuar a ver qué tal, quizás un milagro, quizás un genio, quizás quién sabe qué, pero no. No funcionan así las cosas. Todos los que se comprometen con los monstruos y creen que así les ganarán se equivocan, todos los que se creen más vivos que los monstruos se equivocan también. Los monstruos son implacables. Esto que nos está sucediendo supera la política, lamentablemente. Aquí se trata de una lucha a muerte donde nos han sumido unas personas altamente perversas que no se detendrán hasta vernos aniquilados o ser vencidos. Y no me vengan a decir que no tengo derecho a hablar porque me fui, que antes de irme me enfrenté desde 2002 cara a cara con los círculos bolivarianos, la Disip y demás fieras y luego de 11 años de inútiles vejaciones de todo tipo encaré, en medio de los cánticos de "patria querida" de un dictador cadáver, a los bestias motorizados de Jorge Rodríguez quién se agazapó en su casa con sus esbirros, el muy cobarde, esa noche que salimos a  defender la enésima elección que ganamos y que nadie defendió, justamente por los pactos de los que hablé arriba. Y debo además sentirme "afortunada" si me comparo con personas como Franklin Brito o Marvinia Jiménez, por sólo nombrar a dos de los millones de personas que pueblan esta tragedia colectiva. Me fui porque el chavismo nos destruyó la vida a todos y en todos los aspectos y me di cuenta de que si no me iba muy probablemente moriría y no habría valido la pena. Eso a veces siento de Venezuela, que nada vale la pena.